Basta pues de la conseja, de la provocación, de la patraña y del montaje como alternativa para captar votantes en esta campaña presidencial.
n toda una guerra sucia, de ataques y golpes bajos se convirtió la actual campaña a la Presidencia, en la que los ultrajes, señalamientos y descalificaciones por desempeños pasados de los candidatos en sus vidas públicas terminaron desplazando el debate programático que exige la ciudadanía y que debe existir alrededor de las ideas.
Si bien se habla a medias de temas tan necesarios como la reducción del desempleo, la construcción de vivienda social, la lucha contra la pobreza, la reactivación agropecuaria, la acción contra las drogas ilícitas, el fortalecimiento de la educación, la ampliación de cupos en la universidad pública, la protección ambiental, cómo atender el drama de los cafeteros y, quizás un poco más amplio, cuál es la apuesta por la seguridad y cómo enfrentar los líos con los países vecinos, entre tantos otros asuntos, la gran fortaleza de los aspirantes parece estar en los mecanismos de defensa y de ataque para contrarrestar la andanada de críticas que les hacen sus rivales políticos.
De resto lo que se ha visto, y lo que muestran los medios nacionales por lo que llega de las actividades diarias de los presidenciales en el país, tiene que ver más con lo anecdótico, con la respuesta desafiante y grosera, o con la referencia del niño o joven travieso que fue aquel o aquella, pero con muy poco fundamento periodístico en cuanto a las iniciativas que defienden los candidatos.
Es más, después de los dos debates que se han realizado hasta el momento, son más los análisis y las discusiones que han surgido a raíz de las respuestas frívolas y sin fondo de los participantes o de los ataques que se hacen unos y otros, que la discusión y la reflexión a partir del contenido cierto o posible de lo que le vienen prometiendo al país.
Los colombianos necesitamos que se discutan los temas que son de pálpito cotidiano, aquellos que afectan nuestros intereses, como por ejemplo las proyecciones en materia inflacionaria, la protección del salario mínimo, cómo atacar de manera efectiva la corrupción que se roba medio país, si se va a mantener incólume el Sistema General de Participaciones, cómo se va a financiar la construcción de la infraestructura portuaria y vial que reclama la nación, de qué manera se replanteará la Ley 100, qué posibilidades hay de establecer planes de ordenamiento territorial justos, cómo acabar con el excesivo centralismo público para devolverles posibilidades y oportunidades a las regiones. Esos y muchos otros asuntos son lo que deben ocupar hoy el mayor tiempo de los candidatos y sus campañas.
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